Nicodemus era un prometedor aprendiz del poderoso hechicero
Ganthrandir. Durante una de las numerosas ausencias de su maestro,
Nicodemus sintió la irresistible atracción de uno de los arcanos
artefactos que había en el laboratorio del hechicero, una exótica
linterna mágica. Este artefacto, que había sido creado cuando el mundo
todavía era joven, tenía atrapado en su interior la esencia de un
poderoso demonio. El maestro de Nicodemus le había advertido en
numerosas ocasiones que no tocara esa peligrosa linterna, pero la voz en
la mente del joven hechicero era mucho más convincente que la de su
mentor.
"Libérame -le decía-. Libérame y te concederé lo que más desees
¡Cualquier cosa que puedas desear puede ser tuya! ¡Poseo el poder para
hacer realidad tus sueños! Libérame…"
Nicodemus tenía ciertos conocimientos de cómo había que tratar con
las criaturas del Reino del Caos, por lo que inmediatamente le preguntó:
"¿Me lo juras en nombre del poder al que sirves?"-
Después de unos instantes de silencio la voz respondió: “¡Te lo juro
en nombre de mi Señor!”; por lo que el ambicioso pero ingenuo joven
hechicero quedó convencido y procedió a romper los sellos rúnicos de la
linterna.
"¡Por fin libre!" rugió la voz del demonio mientras salía de su
prisión en medio de una oscilante y multicolor espiral de humo. A
continuación, el humo pareció condensarse en lo que vagamente parecía la
forma de una gigantesca criatura humanoide con una cabeza de pájaro en
el extremo de un largo y flexible cuello y grandes alas de luz
iridiscente. El demonio observó al humano, y Nicodemus, controlando su
miedo, gritó: "¡El deseo! ¡Has de concederme el deseo como has jurado!".
La poderosa criatura del Caos sonrió enigmáticamente y preguntó: "¿Y
cuál es este deseo, humano?"
Luchando denodadamente contra los instintos que le empujaban a huir
tan lejos como pudiera de esa abominación extraterrena, Nicodemus
expresó su deseo: “¡Deseo convertirme en el hechicero más grande de la
Humanidad!” Muy pocos latidos de corazón más tarde, la ardiente mirada
del demonio dejó de mirar al hechicero: “¡Concedido!” susurró el
demonio, que con un ligero chasquido maligno desapareció en el mundo de
la disformidad de donde procedía. Nicodemus no percibió ningún cambio
inmediato, y se preguntó si realmente le había concedido el deseo. Una
sola cosa tenía clara, no podía seguir allí por más tiempo, pues sin
duda su maestro no estaría nada satisfecho con sus acciones. Por tanto,
Nicodemus recogió sus pertenencias y huyó, iniciando así su errante
viaje por el Viejo Mundo. No fue hasta unas semanas después de ese
fatídico día que Nicodemus se dio cuenta del engaño del demonio. Su
cuerpo estaba creciendo anormalmente rápido. Medía un centímetro más que
la semana anterior, y su cuerpo iba haciéndose proporcionalmente más
grande. ¡El hechicero más grande! ¡El astuto demonio le había
concedido literalmente su deseo! Nicodemus había aprendido que se debe
ser extremadamente cuidadoso con lo que se dice al enunciar un deseo
mágico, pero el terror que le provocaba la presencia del demonio había
sido más fuerte que su entrenamiento. Ahora estaba condenado a vivir con
su error.
Desde ese día, la vida de Nicodemus ha sido una ininterrumpida y
desesperada búsqueda de la forma de negar la maldición de su crecimiento
imparable. El único remedio que ha encontrado hasta el momento es una
poderosa poción preparada por un sabio ermitaño que encontró en las
Montañas del Fin del Mundo. Esta poción permite retrasar los efectos del
poder del demonio y se ha convertido en algo vital en la vida del
hechicero. Para desgracia de Nicodemus, es preciso que regularmente tome
una infusión de piedra bruja para que la poción tenga efecto. Por
tanto, Nicodemus se ha visto obligado a dirigirse al lugar del mundo
donde existe la mayor concentración de este mineral extraordinario:
Mordheim, la Ciudad de los Condenados. Las habilidades de Nicodemus se
han desarrollado extraordinariamente en las oscuras calles de Mordheim,
por lo que se ha convertido en una leyenda entre las numerosas bandas
que luchan por la supremacía en la ciudad. Nadie sabe dónde o cuándo
volverá a aparecer, ni con quién colaborará en su eterna búsqueda de las
preciosas piedras mágicas.
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